Un adiós a mi Padre


Mi cabeza es redonda en la parte de atrás, gracias a que mi padre todas las noches, cuando yo era un bebé, me la acomodaba a un lado y al otro para que no se aplanara.  El la tenía plana en la parte de atrás, y no quería lo mismo para mí.  Aunque mi padre intentó que yo fuera diferente a él, o en sus palabras "mejor que él", al final, como todo buen hijo, en mucho de su iniciativa le llevé la contraria, o por lo menos lo intenté.  siempre admiré su inmensa capacidad de libre asociación, su sentido de oportunidad para decir el comentario certero en el momento justo y sacar una carcajada honesta e instintiva de todos, porque la gran inteligencia de mi padre fue usada por él para el disfrute de los demás, para sorprenderlos, para despabilar su atención.  Para muchos mi papá era un tipo chistoso, uno que hacía chistes, pero no, mi padre era un repentista breve, un oportunista de la palabra, un maestro de la síntesis.  Y su gusto por la vida también lo compartió a través de una melomanía devota por la "música popular", o aquellos sonidos latinos y caribeños que tarareamos todos, boleros fantasmagóricos de Felipe Pirela, lamentos andinos de los Cuyos, sofisticación sonora de Tito Rodriguez o Miltiño, tangos con sabor a cafetín y a bulto de café en granero de Santa Rosa de Cabal, sonidos costeños con sabor a ron y a Los Corraleros de Majagual y en el fondo de su alma, sonidos de arrieros paisas de letras maliciosas y decembrinas.  Un hermano e hijo siempre comprometido con su papel como séptimo hijo de una familia de catorce, como el "tío in", diminutivo de "Efraín" que una precoz sobrina alguna vez inventó.  Apócope reiterado con afecto y emoción por niños de muchas épocas, como si de un personaje de televisión infantil se tratara, de esos que causan euforia en el público menor de edad, como el chavo o el chapulin.  Para mí no era "tío in", para mí era mi papá, un hombre que llegaba de trabajar en empresas disqueras a su casa a saborear su entrañable colección de acetatos con misterio y ritual, en un lugar de la casa que él llamaba "estudio", en donde amigos y familia gozaban con sus rarezas musicales y al final de jornadas alegres se llevaban un casete de 60 minutos con lo mejor de su talento compilador.  
Ese era mi padre, el esposo de Charo, el hermano de los Cardona, el vendedor y programador de Sonolux, CBS, Prodiscos, admirador y en ocasiones amigo de sus ídolos de su amada música popular, la nuestra, la que se canta en español por lado A y B de discos y casetes.  
Quiero pensar que al contrariarlo en ser mejor que él, algo de su gran inteligencia y encanto se quedó en mí.  Quiero creer que al ser su hijo, una buena parte de él se quedó conmigo, su gran memoria, su forma particular de querernos a mi madre y a mí.  No sé si soy tan buen melómano, si tengo su capacidad de disfrute de la vida, no sé si mis comentarios son oportunos e ingeniosos como los de él.  Sólo sé, hoy más que nunca, que mi cabeza, en la parte de atrás, es perfectamente redonda, gracias a él.
No te digo adiós padre, porque te veré en sueños, junto a mi abuela Olga, y cada que me veo en el espejo o que me escucho hablar y alguien se ríe, te veo a tí y te escucho como en tus mejores momentos.